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El derecho a los sueños aéreos

La esperanza de que un niño caído en un pozo salga adelante y tenga sueños aéreos depende de la política pública y del código postal donde se decida la cantidad y calidad de los recursos públicos. Parece que el código postal de la Región de Murcia nos es lugar para niños caídos en pozos

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La pesadilla que relató la niña decía, mas o menos, que caía en un pozo, que llamaba a sus padres y no la escuchaban. Los que están más felices en el hogar, decía Marshall Berman, en el mundo moderno pueden ser los más expuestos a los demonios que lo rondan.

El pozo, o cómo todo lo sólido se puede desvanecer en el aire. Es este recuerdo el que se me impone mientras leo el reciente poemario del murciano Jesús Montoya: Los Sueños Aéreos (La Fea Burguesía, 2024): “Ahí tienes a tu hijo/Cuídalo/Constrúyele unas alas/protégelo del sol/No dejes que sus labios acaricien la palabra abandono/Que vuele sobre el mar todo una larga vida/.

Un estremecimiento recorre la atmósfera del concierto de Nick Cave en Madrid, cuando emocionado presenta “O Children”. Compuso la canción viendo a sus hijos pequeños jugar en el parque y se preguntó sobre si como padres podrán siempre tenerlos en entornos cuidados y protegidos. La letra de la canción presenta esa incertidumbre: “Todos estamos llorando ahora, llorando porque/no hay nada que podemos hacerte para protegerte”.

Unos años después, la muerte de su hijo de quince años por un accidente, dotará de una extraña textura a este tema de Cave.

Marshall Berman cuenta en el prólogo de ese inmenso libro “todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad” (Siglo XXI, 1991), que perdió a su hijo de cinco años: “la idea de que la rutina cotidiana de los parques y las bicicletas, de las compras, las comidas y las limpiezas, de los abrazos y besos habituales, puede ser no sólo infinitamente gozosa y bella sino también infinitamente precaria y frágil”.

Todas estas imágenes se suceden en mis ojos lagrimosos cuando escuché, antes de leerlos, los poemas recitados por Jesús Montoya de “El sueño Aéreo” la otra noche en la cafetería murciana El Sur. Un conjunto de poemas para recordarnos que mantener esa vida cotidiana de parques y bicicletas puede costar luchas desesperadas y heroicas.

Cada verso de los poemas de Montoya rememora esas luchas inmediatas de unos padres que durante largos meses recorren el “infierno”, “el purgatorio” y “el paraíso” (las tres partes en las que se divide el poemario) hasta conseguir salvar a su hijo de Un Daño Cerebral Adquirido Infantil (DCAI).

De esas luchas desesperadas y heroicas unas veces se sale victorioso (“el paraíso”). Pero Montoya no se engaña, a veces perdemos. En 2022, nos recuerda, 12.244 niños vivían en nuestro país lidiando con las secuelas de un DCAI. 12.244 padres y 12.244 madres a la búsqueda de recursos públicos para afrontar las secuelas del daño en sus hijos: “Frente a ti hay ahora/los rostros de otros padres/.

Ivan Karamazov, el célebre personaje de Dostoievski, y nos lo recuerda una vez más Marshall Berman, dice que “mas que cualquier otra cosa, la muerte de un niño lo hace querer devolver su billete al universo. Pero no lo devuelve. Sigue luchando y amando, sigue adelante”.

Jesús Montoya lo expresa en un verso final, sobrio y rebosante de fuerza: “milita para siempre en la esperanza”. Lo dice aquel que ha descendido a los infiernos con su hijo (“somos los monstruos/que gritan/a oscuras, /aferrados/con sus manos vacías/al volante del coche […] y se apagan temblorosas las luces/del parking del hospital”), ha atravesado un purgatorio (“¿En qué instante rompimos la crisálida/de sábanas templadas y sudor compartido/hacia este purgatorio donde somos/luciérnagas que vuelan contra el viento/”) y consiguió conquistar el paraíso (“No hay nada más hermoso/que ver volar a un hijo”).

Milita para siempre en la esperanza. Nick Cave presenta en Madrid su último disco, canciones luminosas para celebrar el final de la travesía por la oscuridad en la que se sumergió tras la muerte de su hijo. Grita como un poseso desde el escenario y lo repite varias veces “¡Nevermind!”, “¡nunca más!”, “¡Nevermind!”. Pues este mundo es hermoso y lo grita también a viva voz: un insistente “¡You´re beautiful! interpelará a las diez mil almas que habíamos ido allí a buscar el bálsamo perfecto que es siempre la música de Cave.

Los poemas de Jesús Montoya están llenos de dedicatorias: a enfermeras y enfermeros, a médicos, a las maestras de hospital, a los servicios públicos. A todos aquellos que hicieron posible su travesía por la oscuridad y los que hicieron posible una salida luminosa. Milita en la esperanza.

Pero el poemario de Jesús es una denuncia total del calamitoso estado de lo público y lo expresa en unos párrafos finales que ya no son poemas sino impugnación: “el trabajo especializado e intensivo es fundamental en los primeros meses tras el DCA. Cada día cuenta. En la Región de Murcia, los servicios de rehabilitación ambulatoria en los hospitales están saturados y el tiempo por paciente es muy escaso […] En Murcia, se tarda unos 15 meses en tramitar la solicitud de dependencia […] En 2024, en la Región de Murcia, donde vivo, no existe ningún centro público para pacientes infantiles que han sufrido DCA en fase aguda o subaguda”.

La esperanza de que un niño caído en un pozo salga adelante y tenga sueños aéreos depende de la política pública y del código postal donde se decida la cantidad y calidad de los recursos públicos. Parece que el código postal de la Región de Murcia no es lugar para niños caídos en pozos.

Como profesor de sociología en las aulas de la Universidad de Murcia me gusta leerle a los estudiantes párrafos de los clásicos de la sociología que se me antojan especialmente hermosos. Durante un tiempo rememoré las líneas de T. H. Marshall, escritas en 1950, cuando se trataba de fundamentar teóricamente la extensión de los servicios sociales y de la Seguridad Social (“El Espíritu del 45”):
“Lo que importa es que se produzca un enriquecimiento general del contenido concreto de la vida civilizada, una reducción generalizada del riesgo y la inseguridad, una igualación a todos los niveles entre los menos y más afortunados: entre los sanos y los enfermos, los empleados y los desempleados, los jubilados y los activos, los soleteros y los padres de familia numerosa” (en “Ciudadanía y Clase Social, Alianza, p. 59).

T. H. Marshall fundamentó en qué consiste una sociedad protectora. La vida tiene esa fragilidad que nos vuelve a recordar la poesía de Jesús Montoya. Por ello necesitamos de los derechos sociales. Para protegernos de los pozos. Para que los niños tengan, en palabras finales de Jesús Montoya, esos “sueños que guardan el poder de hacerlos volar lejos”.

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