La vida es también una banda sonora que uno va elaborando con músicas de aquí y allí para dotar de sentido a lo que acontece. Ahora que se escucha tanto a Nick Cave and The Bad Seeds, con ocasión de la presentación de su nuevo disco, rememoro las ocasiones en que el genial músico se me ha presentado a lo largo del descanso veraniego.
La primera vez fue a orillas del río. Estábamos descansando y leyendo bajo la sombra frondosa de unos avellanos y tilos, regados por el alegre caudal del Alto Tajo, cuando de repente descubrimos que una ardilla, medio oculta entre las ramas altas, nos miraba fijamente, y a saber el tiempo que estuvo sin
quitarnos la vista de encima.
Ahí me vino la canción de “We are not alone” (“no estamos solos) que Nick Cave y Warren Ellis compusieran para ese inmenso canto a la naturaleza que es el documental “El leopardo de las nieves” (2021): “This world has ears and rocks have eyes/ Nature loves to hide” (“Este mundo tiene oídos y las rocas tienen ojos / A la naturaleza le encanta esconderse”).
En el asturiano valle de Somiedo, mientras mirábamos con admiración, gracias a prismáticos y catalejos, los movimientos de un inmenso oso pardo comiendo tranquilamente los frutos de los avellanos, volvió a imponerse el estribillo de la canción de Cave: “We are not alone / (Good news for my heart)” (“No estamos solos/ (Buenas noticias para mi corazón)”.
La naturaleza que hemos construido, mediante pactos de convivencia siempre inestables, nos dona estos momentos de encuentro con una vida salvaje que enseña que en este planeta “no estamos solos”. Es lo que también se desprende de ese bello libro sobre el lago Walden, en el que el escritor naturalista Thoreau vivió durante dos largos años: “a través de la naturaleza salvaje se preserva el mundo en su conjunto”.
Frente a la apropiación capitalista de la naturaleza podremos preservar el mundo si logramos sumar apoyos sociales y políticos en favor de la idea de interdependencia (“no estamos solos”) y de la construcción de acuerdos para la cohabitación de lo humano y lo no humano.
Aunque resulta muy expresivo hablar en términos de “la España vacía” (o de “la Murcia vacía”), como forma de denominar el problema de la despoblación rural, sin embargo, este rótulo impide ver algunas cuestiones importantes.
España ha sido históricamente un país con enormes extensiones de territorio con baja densidad demográfica. Gracias a esto, y es una diferencia importante en comparación con los países centroeuropeos, se ha conservado una extraordinaria diversidad ecológica y calidad medio ambiental.
Un territorio con baja densidad demográfica no quiere decir que esté “vacío”.
Los espacios rurales siguen estando regulados por múltiples convenciones y normativas. La sociedad cada vez más necesita de estos territorios para su reproducción social (especialmente para el descanso y el ocio). Y lo que es más importante, en las últimas décadas los demógrafos detectan un saldo migratorio favorable a los espacios rurales por el asentamiento de nuevos pobladores (jóvenes, inmigrantes) o el retorno de los que se fueron con el gran éxodo de los 60.
El problema de fondo no es “el vacío demográfico” sino la desigualdad entre territorios (que tiende a concentrar el desarrollo y los servicios en unas cuantas ciudades o regiones) y las dinámicas extractivistas de apropiación de los recursos rurales por parte de los centros que monopolizan el desarrollo (bien, apropiándose de las cualificaciones de los jóvenes que logran acceder a títulos formativos, bien mediante la instalación de industrias contaminantes y/o usurpadoras de recursos como las macrogranjas, los grandes parques eólicos, etc.).
En los territorios rurales “no estamos solos”. Está ese ingeniero agrónomo que decidió volver a su pueblo y hacerse de un rebaño de cabras con el que montar una quesería. Están esos ancianos y ancianas que cuidan de la fuente del pueblo o labran una pequeña parcela e impiden que se caiga ese prodigio del saber tradicional que es una pedriza.
Una democracia que extienda el principio de igualdad entre territorios es lo que reivindican de mil formas los pobladores rurales (en las pedanías de Moratalla llegaron a plantear una campaña de abstención electoral para denunciar la discriminación que sufren en la provisión de servicios). Ni que decir tiene que una política de bienestar social en los espacios rurales resulta indispensable para fortalecer esos acuerdos de convivencia entre naturaleza humana y no humanos a los que me refería anteriormente.
En estas cuestiones íbamos pensando en los deambulares de agosto por la geografía peninsular. Y mira por donde, a fecha de 31 de agosto, el viaje de regreso a Murcia se hizo más placentero gracias a que ese día Nick Cave and the Bad Seeds presentaban su nuevo disco (Wild God). Un dios salvaje que se
pregunta “dónde está mi pueblo, dónde está mi gente”, mirando las ruinas de un mundo decadente. Nick Cave es el poeta del dolor, pero en 2024 ha querido lanzar un mensaje de esperanza. Pues como decía otro poeta, “al final de este viaje en la vida / quedará nuestro rastro invitando a vivir / por lo menos por eso es que estoy aquí” (Silvio Rodríguez, 1978).
No es mala enseñanza en un mundo empeñado en ir a cara de perro. Bienvenido sea septiembre. Estamos de vuelta.