Seguro que los aficionados al universo Marvel recordarán a Thanos, el titán loco. Se trata de uno de los personajes del lado de la maldad al que los guionistas de la Marvel dedicaron una especial y esmerada elaboración para dotarlo de complejidad y atractivo. De tal forma que cuando Thanos, ese personaje maligno y destructor del mundo, se presenta ante los heroicos The Avengers pronunciará aquella frase mítica que todos los aficionados recuerdan: “yo soy inevitable”. De hecho, Tánatos, en la mitología griega, es la personificación de la muerte.
Pienso en Thanos y su frase mientras recorro noticias, imágenes y videos del mitin electoral de Vox en Madrid del pasado 19 de mayo. En estos días finales de la primavera arranca la campaña hacia las elecciones europeas del 9 de junio bajo una atmósfera que anuncia la llegada de un Thanos político, el ascenso electoral del neofascismo en el conjunto de la Unión Europea: de nuevo, “yo soy inevitable”.
Lo más granado del neofascismo mundial estuvo en Madrid ese 19 de mayo. A nadie le resulta ya extraño comprobar que se trata de una nueva Internacional cuyas múltiples ramificaciones arrancan en el universo sociopolítico que encarna Donald Trump en los EEUU y se extiende por la Milei de Argentina (ayer el Bolsonaro de Brasil), por varios gobiernos (Orban, Meloni) y muchos parlamentos europeos e incluso ejerce cada vez mayor capacidad de atracción sobre dirigentes derechistas radicalizados (Ayuso, von der Leyen).
Las razones sobre está continua perseverancia en la catástrofe tanática fueron objeto de uno de los hitos de las ciencias sociales, el que lanzara la denominada Teoría Crítica de la Sociedad, encarnada por los intelectuales alemanes Theodor W. Adorno y Max Horkheimer, con el trasfondo de las cenizas aun calientes del Holocausto y Auschwitz (la localidad polaca donde entre 1940 y 1945 los nazis localizaron un auténtico infierno -nos lo ha vuelto a recordar la reciente y premiada película de Jonathan Glazer, La Zona de Interés (2023)– en el que fueron gaseados miles de judíos, pero también de gitanos, homosexuales, comunistas, etc.).
Referirse hoy a una de las cumbres del pensamiento europeo de posguerra, la que representaron Adorno y Horkheimer, es casi equivalente al rutinario acto de desempolvar un vetusto mueble arrinconado en el hogar. Este olvido no deja de ser un síntoma terrible del tiempo que vivimos. No solo porque Adorno y Horkheimer realizaran una honda reflexión sobre los circuitos y conexiones de la historia occidental por los que circularon los materiales humanos que dieron lugar a la barbarie fascista de los años 30 y 40, sino porque sobre todo debemos a Theodor W. Adorno la formulación de un nuevo imperativo categórico para las generaciones venideras:
“Hitler ha impuesto a los seres humanos, en el estado de no libertad, un nuevo imperativo categórico: orientar su pensamiento y su acción de modo que Auschwitz no se repita, que no ocurre nada semejante” (en Dialéctica Negativa, 1966).
Los seres humanos “en el estado de no libertad”, esto es, bajo el dominio del capital, repiten una y otra vez la barbarie. El capitalismo sigue siendo una forma de vida en la que muchos seres humanos experimentan desamparo, desprecio y degradación. Cada vez que el miedo se impone en el horizonte vital de los seres humanos, aparece el resentimiento social y la solución autoritaria. Y el miedo siempre es miedo al otro: al inmigrante, al homosexual, al judío, a las mujeres, a los proletarios.
Frente a la posibilidad de la solidaridad cosmopolita que integre aquello que sea “lo otro”, el fascismo de ayer y el neofascismo de hoy siempre abandera la misma solución: la limpieza étnica.
Los dirigentes neofascistas que intervinieron en el mitin de Vox del pasado 19 de mayo en Madrid han actualizado su discurso. Ahora se presentan como antisemitas y antirracistas. El odio hacia los inmigrantes lo presentan como una defensa de la cultura de cada cual. Al igual que el judío en los años 20 y 30 era odiado porque representaba la posibilidad de un mundo cosmopolita y diverso, el inmigrante es detestado por la misma lógica.
Pero ahora la limpieza étnica se defiende con los mecanismos férreos de las fronteras. Los inmigrantes no deben venir a Europa o EEUU, se deben quedar con los suyos, con los de su cultura, religión o lengua. Mejor que no vengan, pero si vienen deben conformarse con una estancia de subalternos como inferiores y subciudadanos que son. Por lo que su lugar es vivir en barrios segregados, trabajar en empleos segregados, ir a escuelas segregadas.
Para que no haya racismo, viene a decir “el programa antirracista” del neofacismo, cada uno debe quedarse con los suyos, con los de su cultura. Fronteras fuertes para que los inmigrantes no alteren el ordenado mundo de las jerarquías establecidas (que siguen asignando privilegios para las posiciones superiores y discriminaciones para las inferiores).
El mitin de Vox del 19 de mayo ha resaltado por las diatribas delirantes de Milei y quizás haya pasado más desapercibido la presencia en el mismo del ministro de Asuntos de la Diáspora y Lucha contra el Antisemitismo del Estado de Israel, Amichai Chikli. ¿Cómo ha sido posible este reencuentro entre antisemitismo y fascismo?
El neofascismo de hoy adora a Israel en la medida que encarna el proyecto político de un trazado de fronteras férreo frente al otro. El antisemitismo del neofascismo ha crecido unido a una islamofobia manifiesta.
La presencia de un ministro israelí que regenta la cartera ministerial de “la Lucha contra el Antisemitismo”, junto a dirigentes ultraderechistas que desprecian a inmigrantes (y a mujeres, homosexuales, etc.), significa la definitiva despolitización del Holocausto.
Lo terrible de la instrumentalización política del Holocausto es que deja de ser esa alerta civilizatoria o imperativo a tener siempre presente para no incurrir en la barbarie, según la formulación de Theodor W. Adorno. Y la barbarie siempre es posible mientras que los seres humanos persistan “en el estado de no libertad”.
Que todo un secretario general de la ONU o que el fiscal del tribunal Penal Internacional reciban el descalificativo de antisemitas por parte del Estado de Israel, al tiempo que uno de sus ministros participa en Madrid de las algaradas de las políticas del odio del neofascismo global, es ciertamente asombroso. Pero que el asombro no nos impida ver la nueva regresión civilizatoria en la que estamos embarcados.