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El despiadado mundo en el que habrás de vivir

La banalización de la mentira con la que se está triturando a tanto dirigente progresista en la política española requiere, efectivamente, de una maquinaria burocrática compuesta por periodistas, jueces, y otros carguillos de partido y oficina. “La maquinaria del fango” se le ha denominado con atino.

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El mundo va a cara de perro y ahí estás, tras treinta años en las aulas universitarias, respondiendo una vez más la habitual pregunta sobre el examen final de la asignatura.

Ciertamente el enfoque de la asignatura durante estos cuatro meses se ha centrado más en que comprendieran una serie de conceptos y teorías que eminentes sociólogos y sociólogas elaboraron como herramientas para la investigación. Se trata de enseñarles a investigar. Cierto. Pero en este mundo que va a cara de perro, mascullo para mis adentros, mientras respondo la pregunta sobre el examen, también tenemos la responsabilidad como docentes de que estas generaciones universitarias, en modo de supervivencia preapocalíptica, sustituyan miedos y ansiedades por dinámicas de reflexión sobre los valores que necesitamos para un mundo en común.

Ante nuestros ojos, todo se está viniendo abajo. La política ha devenido en un fangal y la búsqueda de la verdad parece no importar a nadie, ni en el parlamento ni en la universidad. Tiempos nihilistas, apostilla Wendy Brown en un lúcido ensayo.

El uso del bulo para generar dinámicas de injuria y odio es un rasgo de época. El racismo también se construye con bulos: recientemente, una furgoneta de jornaleros agrícolas de origen magrebí colisionó fortuitamente en Molina con un vehículo pick up del Consorcio de Incendios y Salvamento con dos bomberos a bordo que resultaron ilesos y Vox utiliza la cuenta del consorcio de bomberos para hablar de “un accidente provocado por una furgoneta de origen magrebí”. Los acusó, además, de la falsedad de haber provocado heridas a los dos bomberos, cuando en realidad los que tuvieron que ser hospitalizados fueron siete de los nueve jornaleros.

Cuando un Presidente del Gobierno considera que no todo vale en política, que las mentiras infundadas sobre su familia son un límite, quizás lo mejor que puede hacer es parar, abrir un paréntesis de cinco días y enviar una carta a la ciudadanía para invitarla a hacer una reflexión colectiva sobre lo que está
pasando.

Demasiados políticos en este país han recibido en la última década campañas mediáticas y judiciales sobre la base de hechos falsos para desacreditarles y expulsarles de la política. La banalización de la mentira. No se trata de la tan traída polarización que no deja de ser un interesado eufemismo para ocultar que la tensión política se eleva al máximo de forma intencionada cuando
gobierna la izquierda.

Este curso universitario ha coincidido con el centenario del fallecimiento del escritor checo, Franz Kafka. Justamente por ello hace cuatro meses cuando inicié mi docencia, les hablé de la máquina burocrática, una problemática con la que Kafka elaboró novelas inmortales (como El Proceso o El Castillo) y que tanta importancia tuvo para la sociología alemana de la década de los 20 y 30
(Max y Alfred Weber).

La inmersión en el mundo de Kafka que he propuesto en este curso universitario ha sido mi humilde aportación a la urgente tarea de pensar un mundo posnihilista. Los valores de la solidaridad, la verdad o la vida en común son bienes colectivos y no podemos dejar que se los apropien poderes burocráticos interesados en vaciar de contenido esas palabras indispensables.

La banalización de la mentira con la que se está triturando a tanto dirigente progresista en la política española requiere, efectivamente, de una maquinaria burocrática compuesta por periodistas, jueces, y otros carguillos de partido y oficina. “La maquinaria del fango” se le ha denominado con atino.

Weber y Kafka supieron leer críticamente que las maquinarias burocráticas de las sociedades modernas conllevaban el enorme riesgo de la deshumanización como efecto de la posesión de un cargo cuyos atributos elevados pueden llegar a convertir a una persona en un insecto bajo una acusación arbitraria (como en La Metamorfosis de Kafka).

La capacidad de la maquinaria del fango es la de la deshumanización de cualquier gobierno que se tome en serio la distribución social de la riqueza o la lucha contra la explotación. En España, la acusación es la de que vivimos bajo un “gobierno ilegítimo”. Y hemos asistido en la última década a una
estigmatización sin escrúpulos de políticos de nombres tales como Mónica Oltra, Victoria Rossell, Rita Maestre o Pablo Iglesias (perdón por citar a solo estos cuatro, sé que son muchos más).

Unos días después de la carta a la ciudadanía de Pedro Sánchez invitando a una reflexión colectiva sobre el papel de los bulos, leí un mensaje en redes sociales de un conocido dirigente del PP de la Región de Murcia en el que aseguraba, sin sonrojo, que España tenía antes como amigos a EEUU, Israel o Argentina y este gobierno los ha sustituido por ETA, Hamás y los hutíes. La banalización de la mentira cabalga por la realidad política sin límites.

Vamos a decirlo sin demasiados rodeos. Estigmatizar para señalar la ilegitimidad de una persona es designarlo al tiempo como desechable. Es el principio de lo que Hanna Arendt llamó la banalización del mal. El mal se banaliza moralmente cuando es organizado por una máquina burocrática en la
que se definen procedimientos, funciones y tareas ejercidas de forma impersonal: las víctimas de los crematorios de gas en los campos de concentración nazis eran tratados como “piezas” y, una vez deshumanizados, entraban dentro de una cadena industrial de trabajo para el exterminio.

Gracias a esta burocratización, los verdugos pudieron argumentar en su defensa que ellos “solamente cumplían órdenes” o “obedecían leyes”, como recogió Arendt en su conocido libro “Eichmann en Jerusalén” tras asistir al juicio del oficial nazi en 1961.

Quizás donde mejor se aprecia este procedimiento sea en las guerras. Primero el adversario queda deshumanizado (se anula su legitimidad), luego es sometido a tormentos atroces (justificados sobre la base de haber sido excluido de la humanidad).

La banalización del mal está por todas partes en este tiempo nihilista. Miles de ancianos murieron en las Residencias de la Comunidad de Madrid durante la pandemia de la Covid-19 porque un protocolo administrativo consideró que no podían ser atendidos en los hospitales. En el Mediterráneo, las muertes por naufragio de miles de personas que tratan de ejercer su derecho a la migración se han convertido en una rutinaria noticia periodística.

Ni el bien ni la verdad importan, nos dicen. Es como si hubiera un empeño de construir una conformidad respecto al despiadado mundo en el que habremos de vivir. Frente a esto cabe rebelarse. Necesitamos espacios políticos y aulas universitarias en las que se planteen preguntas posnihilistas: “¿en qué mundo quieres vivir?”, “¿qué escala de valores debe organizar nuestra existencia?”.

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