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Todo el mundo adora nuestra ciudad

La Región de Murcia desde el punto de vista de los apoyos institucionales a la producción cultural es lo más parecido a un páramo...los sucesivos gobiernos autonómicos del Partido Popular se han caracterizado por el desmantelamiento de la política cultural o, lo que es lo mismo, por reducir la política cultural al apoyo de los afines o a la congregación de apostolado.

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Ahora que proliferan los grandes festivales de producción en serie de eventos musicales, quizás, haya que poner en valor esas pequeñas salas de conciertos distribuidas por la ciudad y que tanto han hecho en apoyo a la cultura y creación musical.

Pensaba esto mientras contemplaba admirado hace unas semanas a Alain Johannes sobre el escenario de una sala de un barrio periférico de Murcia. Con un sonido nítido y cristalino, Alain Johannes desplegó con maestría composiciones acústicas y eléctricas con las que convocó a danzar a su alrededor a aquellos genios musicales, compañeros de generación de trágicas trayectorias vitales, que asociamos con el rock alternativo americano de fines de los 80 e inicio de los 90: Kurt Cobain, Chris Cornell, Mark Lanegan…

El escritor Mark Yarm exploró aquella explosión de creatividad que tuvo como epicentro la ciudad de Seattle en su libro “Todo el Mundo Adora Nuestra Ciudad” (2015).

Seattle, 1991. Es interesante cómo sucede esta vinculación entre un territorio, un tiempo y un proceso de creación cultural (musical, literario, pictórico, teatral, etc.). Es una pregunta sociológica que estamos tratando de pensar alrededor de un Aula sobre Producciones Culturales, Sociedad y Política. Es decir, qué tiene de social y político un proceso de producción cultural.

Esta perspectiva es pertinente no solamente para comprender la creatividad de un productor cultural -más allá de las consideraciones individualistas relativas a la “chispa” o “musa” inspiradora-, sino también para entender la fecundidad (o no) de los entramados colectivos, en cuanto condiciones sociales y políticas de posibilidad de las producciones culturales. ¿Cómo un territorio o una ciudad se convierte en un ecosistema propicio para la creatividad cultural?

La Región de Murcia desde el punto de vista de los apoyos institucionales a la producción cultural es lo más parecido a un páramo. Si exceptuamos valiosas contribuciones venidas de la iniciativa de funcionarios con vocación pública desde contados municipios, los sucesivos gobiernos autonómicos del Partido Popular se han caracterizado por el desmantelamiento de la política cultural o, lo que es lo mismo, por reducir la política cultural al apoyo de los afines o a la congregación de apostolado.

Y sin embargo, a contrapelo de la dejadez institucional, la cosa se mueve y todo el mundo adora repentinamente nuestra Región. Quizás constituya una paradoja, pero lo cierto es que desde hace varios años, las creaciones de poetas, narradores, músicos e incluso cineastas han conseguido situar a la Región en los territorios de la producción cultural.

Un periódico de referencia nacional llegó a publicar en 2022 un reportaje titulado “el milagro creativo murciano”. Decía recientemente el escritor cartagenero Diego López Aguilar que, en la gira de promoción de su premiada obra “Los que Escuchan” (Candaya, 2023), la pregunta que más le hacen periodistas y público es “pero, ¿qué está pasando en Murcia?”.

Y es que efectivamente, desde un punto de vista específicamente literario, desde hace algunos años, tanto en poesía como en narrativa, en la Región de Murcia aparecen escritores y obras de referencia y calidad indudable. Pero también otras creaciones culturales regionales están conquistando un reconocimiento unánime.

Estamos convencidos de que la creatividad es un bien común producido colectivamente. La creatividad es una movilización de la imaginación popular para constituir espacios cooperativos orientados por prácticas compartidas de libertad, cuidado y placer común. Por ello, es interesante preguntarse por la relación entre la creatividad cultural y la ciudad. Porque, además, la creatividad es un objeto de controversia y disputa, entre su producción como bien común y su apropiación privatizadora para redefinir la creatividad como una industria y un motor de las economías urbanas.

Sin duda, y me parece que lo estamos sufriendo cotidianamente en nuestras ciudades, el neoliberalismo se apropia de la creación cultural para redefinir nuevas fronteras divisorias entre unos pocos grupos productivos selectos y una masa de consumidores pasivos. Las economías urbanas que se apropian y privatizan la creatividad social están generando en todas partes nuevas lógicas de segregación y desigualdad.


La producción y creatividad cultural es una arena privilegiada de las controversias políticas de nuestra época. Por ello es importante conocer sus condiciones colectivas de producción. En cuanto bien común, la creatividad cultural es un generador de energías democráticas. En cuando recurso privatizado para la valorización mercantil es fuente de fracturas sociales.


Todo el mundo adora nuestra ciudad. Y ello es así cuando la cultura es reconocida como beneficio colectivo al servicio de todos, al igual que la sanidad o la educación pública (como defendía recientemente el catedrático Antonio Monegal en una conferencia del Programa “Cartagena Piensa”).

Pero, sobre todo, y es lo que me parece realmente relevante, cuando la cultura es también una producción social de un territorio convenientemente fertilizado por la fuerza productiva del trabajo creativo socializado. La privatización de las producciones culturales convierte a la ciudad en objeto de consumo y espacio de segregación y aburrimiento.

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