En un mundo empeñado en hacerlo todo a cara de perro quizás hemos de valorar, y mucho, las cosas que suceden y simplemente están bien.
Póngase un grupo de funcionarios públicos, del Ayuntamiento de Murcia, de los que creen en la capacidad de la cultura para forjar ciudadanía, los cuales dentro de la programación de Teatros y Auditorios seleccionan unas cuantas obras teatrales para generar un programa de “pensamiento a escena”. Pues eso, hay que cosas que simplemente se hacen bien.
La espléndida obra de Cr≠sh del realizador Miquel Mas Fiol (Compañía Mea Culpa), representada en el Teatro Circo de Murcia el pasado 12 de abril, es una apuesta por llevar a escena los malestares adolescentes contemporáneos. Esas “desesperaciones silenciosas leves”, en afortunada expresión de la escritora Belén Gopegui, que menoscaban la salud mental adolescente.
La protagonizan tres jóvenes, dos mujeres y un varón, de admirable talento interpretativo. Con una puesta en escena vibrante, emocionante y salpicada de dosis de humor, consiguieron cautivar tanto a los trescientos alumnos de institutos murcianos que vieron la obra en el pase de la mañana, como al numeroso público adulto que asistimos a la representación de la tarde.
Esta convocatoria amplia, y de públicos de diferentes edades, viene a demostrar hasta qué punto la cuestión mental ha pasado a formar parte de “la cuestión social”. Esto es, la cuestión mental se ha alzado como un desafío que interroga, pone en cuestión la cohesión de la sociedad y su capacidad para conjurar los riesgos que la fracturan.
Pensada en principio para dirigirse a un público adolescente, sin embargo, la obra posee la capacidad de interpelar al conjunto de la sociedad, pues de lo que en ella se habla es de cómo todos sufrimos las cosas que van mal en el mundo que habitamos.
Es una obra que va de abrazos o de su ausencia. Dado que toda sociedad tiene una ley de valor, esto es, un conjunto de criterios con los que jerarquizar objetos y relaciones en función de si son más o menos valiosos, la pregunta que se plantea es: ¿qué lugar ocupan los abrazos al otro en la jerarquía de validez de una sociedad, como la nuestra, entregada a la velocidad y al cálculo de cómo ser el primero en llegar a la meta? ¿Y los cuidados y la cooperación?
La caída en una depresión o en una ansiedad es una sucesión de acontecimientos que tensionan las vidas de los tres jóvenes protagonistas de la obra teatral. Quizás en una organización social que valorizara el cuidado, el abrazo y la cooperación no se generarían tantas ansiedades y miedos al fracaso, tantos desencuentros en las relaciones sexoafectivas, tanta falta de autoestima y autoexigencia para elevar el valor de la imagen de uno.
El día previo a la obra fuimos convocados, también en el Teatro Circo, a pensar la salud mental de los jóvenes. ¿Qué nos está pasando? Empecé mi reflexión dando unos cuantos datos de lo que denominé “una emergencia psíquica” vivida en los centros educativos de la Región de Murcia, en el curso 2020-2021, y que fue afrontada por un profesorado desbordado con recursos recortados e insuficientes.
En ese curso se comunicaron 518 protocolos de autolisis (daños al cuerpo autoinfligidos) al Observatorio para la Convivencia Escolar de la CARM, de los cuales un 38,41% se correspondió con alumnado con ideas autolíticas o suicidas, un 36.1% se había autolesionado y un 25,48% se había autolesionado y manifestado ideas autolíticas. Un 71,62% de los protocolos de autolisis se dieron en la ESO y un 20,27% en la educación primaria. Por género, un 76,06% de las autolisis se dieron en mujeres y un 23,94% en varones.
La pandemia de la Covid-19 no fue la causa de los incrementos de las depresiones y ansiedades que conocemos desde entonces. Pero sí aceleró tendencias que ya venían de atrás. En ese sentido, la pandemia nos puso ante el espejo de lo que la política neoliberal, como forma de organización social hegemónica desde hace décadas, había dañado profundamente.
La sanidad pública se reveló lastrada por los recortes y privatizaciones. Las residencias de ancianos convertidas en cajas de cambio para generar beneficio. El mundo laboral pulverizado por la precariedad de la relación salarial y la intensificación de los tiempos de trabajo. En definitiva, la pandemia iluminó un mundo en el que se han difuminado las fronteras entre el sufrimiento social por las incertidumbres instituidas y el sufrimiento mental en forma de miedos y angustias.
Seguramente la reciente obra literaria del cartagenero Diego López Aguilar, “Los que Escuchan” (Candaya, 2023) sea donde con más lucidez y radicalidad se haya presentado la interdependencia entre el malestar social, la ansiedad psíquica y la crisis planetaria.
A los jóvenes se les dijo que para ser competitivos habían de convertirse en “empresarios de sí mismos”, invertir en su imagen y capital humano. Se lo creyeron y lo intentaron con ahínco. Pero, lo cierto es que muchos de ellos experimentan un elenco amplio de formas de vulnerabilidad existencial -en la escuela, en el trabajo, en el acceso a la vivienda y sus posibilidades de emancipación, en su socialidad o en el acceso a recursos y ocio-, las cuales se terminan traduciendo en “desesperaciones silenciosas leves” y, potencialmente, en patologías mentales.
Por ello, el equipo de investigadores del Departamento de Sociología de la UMU que, en 2023, realizamos para el Ayuntamiento de Murcia, el “diagnóstico sociológico sobre la situación de la población joven” decidimos titularlo «Jóvenes entre crisis”.
De esta forma hacíamos referencia a la crisis de los soportes sociales de los jóvenes (escuela, barrio, trabajo o grupo de pares) que estarían generado “individuos por defecto” desprovistos de seguridades con las que hacerse valer en un mundo organizado por tiempos sociales acelerados y angustiantes.
Las generaciones jóvenes ya saben de sus impotencias, “están por ahí, aisladas, buscándose cada una la vida como puede” (Belén Gopegui). Pero la soledad es política y se sale de ella haciendo que esas “impotencias” se conecten en colectividad, afirmando potencia política transformadora.