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7ª ENTREGA de "Las aventuras de Don Lopejote de la Cagancha"

Donde asistimos a los calentamientos de mollera de Don Lopejote con tal de no ponerse a trabajar en el gobierno de su ínsula patataria

Subió a las redes las imágenes llamándose Tontosio el Grande y proclamándose el emperador de los memos. El pijodalgo no era muy instruido y confundió al emperador Teodosio con un Tontosio inexistente y, queriendo ser el genio de los memes, escribió memos. La prensa nacional, al menos la que no estaba comprada por los trapicheos de su popular contubernio, hizo sangre de este lapsus y comenzó a llamarlo Tontosio el Memo.

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Andaba don Lopejote murrio. Tras el simpa en el Morcón, dejando tirado al tontolaba de Rasca Panza, había vivido semanas frenéticas. Convencido de que el meapilas del regidor capitalino quería postularse en su puesto como gobernador, intensificó su agenda.

En Pascua el corregidor se vistió de Pepito Procesiones. No hubo novena ni kirie eleison donde no acudiera él o enviara a alguno de sus munícipes, forrados de escapularios y mantillas. Don Lopejote contraatacó “apatrullando” una cuadriga en los desfiles de su pueblo. Vistiose de emperador y se hizo grabar por la prensa lacaya.

Subió a las redes las imágenes llamándose Tontosio el Grande y proclamándose el emperador de los memos. El pijodalgo no era muy instruido y confundió al emperador Teodosio con un Tontosio inexistente y, queriendo ser el genio de los memes, escribió memos. La prensa nacional, al menos la que no estaba comprada por los trapicheos de su popular contubernio, hizo sangre de este lapsus y comenzó a llamarlo Tontosio el Memo.

Antes de él y de sus predecesores Al Ramone y Al Pedrone la Cagancha tenía fama de gente curtida y trabajadora, llamando a sus pobladores un poeta como de dinamita, pero, tras la devastación de sus sucesivos gobiernos, la región y su capital Patataria comenzaron a sustituir a los de Lepe en los chistes malbabosos como sinónimo de zotes, meapilas, serviles y corrompidos.

Eso no preocupaba a don Lopejote: la Cagancha se la traía al pairo. Su meta era ser propuesto para Europa y acabar convertido en el Imperator de la misma.

Para contrarrestar el fervor del munícipe, decidió salir en cuantas procesiones pudiera. La guinda la coronó cuando obligó a Rasca Panza a sacarlo presidiendo el cortejo del Santo Prepucio en su pueblo marinero: allá iba don Lopejote vestido de manola, con una mantilla heredada de su bisabuela, sus lorzas estranguladas por cuatro fajas y unas medias de rejilla que quitaban el sentío.

Sus imágenes se hicieron virales, eclipsando al Capillitas, que había sembrado los cortejos de lameculos que lo vitoreaban y pedían que lo subieran a él a un trono.

La competición fue a colmillo bilioso: tras la Pascua la capital celebraba sus festejos de Entretiempo. El regidor dejó de ser Capillitas y se vistió de Verbenas y Cobetes.

Los dos días más grandes de la semana daba asco pisar la ciudad: era una cochiquera. Las calles rebosaban meados, basuras y vómitos. Los borrachos y los marranos se habían adueñado de la misma con la connivencia municipal. A don Lopejote no le incomodaba eso: la Cagancha era territorio de los Marrani, entre otras Famiglie, y sabía a los caganchanos cochinos. Cosa que no pensaba cambiar: con una sociedad más educada los chanchullos de los de su popular contubernio serían imposibles.

El Cobetes disparaba con pólvora de rey: tenía las arcas en la ruina, la ciudad destartalada y cochambrosa en los barrios donde no vivían los ricachones, pero gastaba lo que no tenía en organizar mascletás, batucadas y pijotadas varias. Mucho humo para tapar la vacuidad y la incompetencia del cabildo.


A don Lopejote un rojeras le había espetado que, ya desde los romanos, cuanto más inepto era un gobierno más trataba de aborregar al pueblo con el panem et circenses. El Cobetes era un maestro: pastelicos de carne, marineras y quinticos a pajera abierta. Cobetes y verbenas a cascoporro. Todo pagado esquilmando a los ciudadanos, que, encima, le aplaudían. ¡Era un fenómeno!

Pero don Lopejote le hizo tragar quina cuando, en el desfile que ponía el colofón a las Fiestas del Entretiempo, apareció a lomos de una gigantesca carroza disfrazado de Zeus, lanzando truenos y rayos desde su olimpo. La carroza era tan grande que no pasaba por algunos tramos del itinerario y hubieron de arrancar varios semáforos de manera improvisada, poniendo en riesgo a los miles de visitantes. El gobernador no se recató en disimular su desagrado ante la incompetencia e improvisación de los munícipes, que juraban haber revisado con lupa la seguridad del cortejo.

¡Chúpate el frasco, Carrasco!

Al principio don Lopejote fingía lanzar rayos con los brazos. Rasca Panza manejaba un cañón que disparaba haces de luz y cierta descarga eléctrica. Al sexto cubata Lopito se cansó de tirar rayos con las manos y comenzó a doblar la pierna y a fingir que los lanzaba por el ano a modo de cuescos. El público enloqueció y empezó a aclamarlo: Tooonnntoooosioooo. El alcalde quedaba ya amortizado.

Fuéseles de las manos la broma: un rayo cayó sobre una familia de latinoamericanos y fulminó a 3. Se negaron a suspender la cabalgata. Al finalizar ésta, don Lopejote, con lágrimas de cocodrilo, aseguró ante los gacetilleros que formarían una comisión para depurar responsabilidades.

Acordándose del regidor y de otros panchitos que murieron achicharrados en una fonda, coronó su discurso: “Llegaremos donde haya que llegar. Caiga quien caiga”. Costóle aguantar la risa: bien sabía que, si los muertos hubieran sido del Pijódromo u otras calles del casco noble, los caganchanos los correrían a bastonazos, pero, siendo indios, igual que si fueran moros, nada les pasaría.

Su segundo en el virreinato, se había vestido de Santiago Matamoros e iba por los campos y pueblos aventando el odio al moro y culpándolos hasta de crucificar a Cristo. Sin importarle que gran parte de la mano de obra que realizaba los trabajos más desagradables, como coger tomates en los invernaderos a más de 40 grados o limpiar el culo de sus abuelos, eran moros. Y que muchos de éstos pagaban, además, el sueldo del racista.

A don Lopejote estaba a punto de estallarle la cabeza por la resaca: ayer la había cogido de campeonato. El burgomaestre de la capital del reino lo había invitado a sus bodas. En cuanto el pijodalgo lo vio bailar con su pareja como si fueran espantapájaros con corsé, sin ninguna gracia, él saltó a la pista y se convirtió en el rey de la misma.

Las momias que habían acudido al bodorrio vestidas como fantoches con sus pamelas y pompones lo cercaron. Le pidieron que se vistiera de fallera mayor y no pararon de descojonarse de él. Poco le importaba ser el hazmerreír del país. Y con él, la Cagancha. ¡El nieto del rey en fuga lo había
invitado a su reservado y doña Ayusea del Morro Soso le había guiñado un ojo! Lopejote se masajeó las sienes intentando aliviar la cefalea. En una hora tenía que pronunciar un discurso en la Cámara Regia contra Perro Sánxez y los catalanes.


Repasó una vez más las palabras “amnistía, caca, culo, pis. Catalanes, malos, malismos. Sánxez, demonio, etarra”. Volvía a ser Don Lopejote de la Cagancha, matador de rojos, desfacedor de catalanes y etarras.

Lo de gobernar Patataria, con un índice de pobreza inaguantable, con la sanidad hecha un martirio, la corrupción y el transfuguismo campando a sus anchas,… Eso era muuuuu cansao. Que gobiernen otros. Total, los caganchanos iban a seguir votándolos hasta el día del Juicio.

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