Los trompazos del vizcaíno y el batacazo contra los molinos habían puesto canino a don Lopejote, además de que era tragaldabas. Rasca Panza, como buen gorrón, no desaprovechaba ocasión de llenar la tripa de balde.
Pidieron, pues, el doble de raciones que antes, bien regadas con otras tres frascas de los tintorros que la Cagancha ofrendaba. Don Lázaro los acompañaba mojándose apenas los labios con el clarete y picando con desgana trozos de un exquisito queso. Quería mantener despiertos todos sus sentidos, a la vez que emborrachaba a esos pardillos, para aprovecharse de ellos y sacarles hasta los untos. Total: a ellos lo público se la repanchiflaba: servían a otros amos que tenían la región cual cortijo.
-Decidme, don Lazarillo, ¿qué os trae por esta bendita tierra?
-Los negocios, querido gobernador, los negocios. El dinero es mi dios, mi motor. Como buen comisionista, vendo hasta a mi madre. Ni el más firme de los principios resiste a una buena bolsa.
-Este es de los nuestros, don Lopejote. ¿A ver por qué habemos venío a la política si no es pa forrarnos sin dar golpe? A nosotros y a los nuestros.
-Ésa, Antonancho, es la senda que nos enseñó el aquí retratado, don Al Ramone, que Dios nos guarde muchos años.
-Senda que continuó don Al Pedrone, vuestro mentor.
-Senda que tú, como fruto de mis entrañas, estoy seguro de que sabrás continuar en su momento.
Don Lázaro sirvióles tinto de nuevo. Esos pollos estaban a poco de ser desplumados.
-No nos habéis dicho, don Lázaro, cuáles eran los negocios que os trajeron a la mejor tierra del mundo.
-La más mejor, mi señor- aseveró Rasca Panza, que ya iba más que cocío.
-Veréis: estas pascuas vendí al regidor de vuestra capital un resto de un molino de esos gigantes. Le puse cinco luces de las de los chinos y les dije que era el mejor árbol de navidad del mundo mundial.
Los vuestros, a los que les encanta sacar panza y quedar como espabilaos, aunque sean unos zotes, me compraron el engendro a precio de oro. Anda y que no le sacaron partido: trajeron a cantar bajo él a todas las tunas, congregaciones de monjitas y scouts. De relleno les vendí al triple de precio una partida de cohetes defectuosos. Se volvió loco organizando petardás.
-Ya te digo: por las mañanas se vestía de Pepito Verbenas y, por las tardes, de Pepito Cobetes. Trabajar, poco, pero organizar comilonas a pajera abierta… Mi señor, más de una vez os he dicho que ése os quiere hacer la cama y postularse para las próximas elecciones en vuestro lugar. Cuentan las malas lenguas que en Semana Santa sus palmeros van a pedir que se baje el santo y que lo suban a él en el trono para que el santo vaya detrás de él.
-Tendremos que llamarlo entonces Pepito Procesiones. Pero, ¿qué os trae exactamente ahora aquí?
-Veréis: conociendo el gusto por sacar panza de los de la capital del reino y sus quereres por comisiones y afines, le vendí al munícipe de allí una mascletá al sextuple precio de las fallas de Valencia. Vuestro servidor, que no podía quedarse atrás y resignarse a regir una villa no comparable a la capital, me encargó que le organizara otra, con sus fogueres y damas incluidas. Le cobré ojo y medio de la cara.
-Esto es indignante- amoscóse Antonancho con voz gangosa- a este paso ese perdulario va a ser más afamado que vos y lo presentarán a gobernador.
-No sufran vuesas mercedes: no sois los primeros que tenéis al enemigo en casa. A esa calaña hay que combatirla con su propia medicina. Y yo soy vuestro hombre.
-Contadnos, don Lazarillo– pidió con lágrimas en los ojos ante la traición de los suyos Lopito Tabernas, pues don Lopejote ya había quedado atrás.
-Ese regidor pide fiestas: vos le vais a dar tres tazas de las mismas. Os consigo media docena de desechos de tienta de las ganaderías de mis colegas y organizamos unos sanfermines por cualquiera de vuestros hermosos pueblos.
Ese judas pide hogueras y mascletá, mando esta noche mismo una banda de rumanos a Valencia a que roben unas cuantas de las mejores fallas, les damos una mano de pintura y las quemamos en vuestra capital. Vos mismo haréis la entrada triunfal portando la antorcha, vestido de Júpiter lanza rayos. Desde esa misma carroza vuestros lacayos, disfrazados de sátiros y ninfas, arrojarán con palas croquetas y empanadas, de las que las residencias de doña Ayusea sirven a sus viejos, ya revenías. La plebe entrará en éxtasis y os aclamará.
-Lo veo, lo veo, mi señor: al bajar de la carroza os podemos vestir de Fallera Mayor y mis súbditos de las Juventudes repartirán sacos de arroz de la misma. Tendremos mandato per secula seculorum.