Lopito Tabernas (don Lopejote había quedado arrumbado en cuanto apuró la tercera frasca) entrecerró los ojos ante la frase de don Lázaro de Tormes, al que ya se animaba a llamar Lazarillo: le placía la propuesta de aquél sobre mandar robar unas fallas de Valencia y mandarlas quemar en su capital, mientras acudía él montado en una carroza y ataviado com Zeus Tonante, señor de cielos y tierra.
Imaginábase lanzando rayos, doblando la pierna como quien exhala cuescos. Veía a toda su corporación disfrazada de ninfas y sátiros, besando por donde él pisara, a todas las corales y bandas que cobraran ayuda pública obligadas a entonarle marchas triunfales.
-Me agrada sobremanera lo de quemar esa fallas robadas, dilecto Lazarillo. Y mi entrada divina para hacerlo ¿Nos costaría mucho?
-Bien sabe vuesa merced que darse boato para entontecer más a sus votantes no sale barato. Pero, ¿acaso paga vuecencia de su bolsillo? No sufra: siempre habrá algún pellizco para la causa.
-Pues no se diga más: dé las órdenes pertinentes. Las quemaremos en el colofón de las Fiestas de la Sardina. Esta Semana Santa el capillitas del regidor municipal ya se habrá dado baño de multitudes saliendo en cuantas procesiones haya, con su cohorte de palmeros entonándole hosannas..
-Ese meapilas:- cortó Antonancho- a lo del ramadán de los moros no va, pero no se pierde ni una novena.
-Hombre. Rasca Panza, no vas a comparar lo de los moros con lo nuestro. Adelante con la cremá , don Lázaro.
Lopito andaba algo amoscado con que el munícipe de su capital se estuviera llevando todo el protagonismo y nadie hablara ya de don Lopejote y su gloriosa cruzada contra catalanes, rojos y bilduetarras.
Sobrevínole en esto, cual un rayo, una idea celestial: en su pueblo se empezaban a celebrar unos cortejos bíblicos de mucho renombre. Le escocía que su oponente recibiera los loores de sus vecinos a diario. Él, don Lopejote de la Cagancha, faro de las Españas, paladín contra Perro Sánxez, el Coletas y el Rojerío, le iba a dar a Pepito Procesiones dos tazas de su mismo caldo.
Sus paisanos le debían pleitesía: enviaría heraldos comunicando su deseo de subirse a una cuadriga disfrazado de emperador romano y recoger la devoción de los suyos. No habría caganchano que no ensalzase su apuesta figura. Comunicó a sus oyentes su decisión.
-Imaginadme: vestido de Tontosio el Grande, con mi corona de oro, apatrullando la avenida… Voy a ser carne de memo y harán memos sobre mí y los sacarán todos los fluencers: Tontosio el Grande, otrora don Lopejote, imperator Hispaniarum.
-Pondré a todos los de generaciones a aclamaros y a echaros rosas.
–Que empiecen llamándome “presidente, presidente”, pero que, de improviso, una voz, la del más pelota, brame “”¿Presidente? Eso se le queda corto: es un verdadero emperador”. Y que todos empiecen a loar “imperator, imperator”. En latín, que queda más señor.
Apuraron otra frasca en honor del nuevo emperador. Lazarillo consiguió endosarle cuatro luchas de un elefante contra un toro, dos bacanales y un par de crucifixiones.
-Veréis, amigo Lázaro, hay algo que me roba el sueño. Es esa maldita laguna salada, la mar chica, que los rojos y los ecologetas dicen que se las han cargado nuestros amiguitos agrocaciques y que nosotros somos cómplices.
-A ver, mi señor, ¿qué pijo importan cuatro playas llenas de medusas, viejos y niños? Los nuestros lo saben de tiempo y por eso salieron escopeteados de allí y veranean en Alicante o por Águilas, cuanto más lejos mejor del Mar Muerto.
-No seas necio, Antonancho. No podemos ir diciendo eso abiertamente: muchos de nuestros votantes tienen su casa familiar de veraneo allí y no podemos abrirles los ojos y que se den cuenta de que nos lo hemos cargado nosotros.
-Comprendo vuestra turbación, don Lopejote: pero tenéis suerte de nuevo: soy vuestro hombre. Haced allí un spa para marranos.
-¿Para marranos?
-Sí, para gorrinos. Tenéis la Gagancha llena de granjas de cerdos. Juntadlas todas allí: los orines y purines hacéis que desemboquen en el Mar Chico. Lleváis a todos los cerdos a tomar baños y a hozar.
A cuatro viejas de las vuestras las convencéis de que untarse con los fangos que dejan los cochinos rejuvenece 10 años por lo menos. Cuando veáis que las aguas están fangosas, os traéis dos palas de esas con las que hacen el canal de Suez y os abren unos boquetes para que el Mediterráneo se lleve la porquería y os deje niquelada otra vez la laguna.
-No sé, no lo veo muy claro.
-A ver. ¿quién manda en vuestra región?
-Nosotros- disparó Antonancho.
-Se ve que a este zángano le falta algún hervor. ¿No teníais en vuestro conciliábulo algo mejor para representar a los caganchanos?
-Disculpadlo, maese, no es muy brillante y también es algo gandul: no conseguimos que termine carrera. Pero, pero, ¿no somos nosotros los que mandamos?
-Sobre el papel, sí, pero, en verdad, ¿a quiénes deben pleitesía vuesas mercedes?
–A las Famiglie.
Exacto: los Marrani copan el mercado de la carne y sus derivados,
-Los Nitrati se ocupan de todo lo agrícola.
-Y los Cassini ponen tragaperras hasta en los tanatorios.
Sin olvidarse de los Meapili que han copado iglesias con sus sectas y han obligado a cambiar hasta un obispo-intervino Antonancho algo dolido aún.
-Exacto: las Famiglie van de la mano. Me consta que para ellas el Mar Menor está ya amortizado. Pronto lo estará el resto de la región en cuanto llenen de porquería sus aguas y exploten hasta desertizarlas sus huertas. Vuestra labor es quitarles piedras del medio. Sabéis que saben pagar favores.
–Con razón dicen que la Cagancha es la Sicilia española.
-Se quedan cortos, amigo.
Antonancho se levantó para “cambiarle el agua al canario”. El vino trasegado estaba a punto de hacerle reventar la vejiga. Don Lopejote propuso tomarse las últimas en los locales de sus amiguitos Cassini: allí le cobraban 1 de cada 3 coponcios. Lázaro fue a preparar el coche, mientras que Lopito pidió la cuenta. Insinuó al camarero que por ser él quien era, el próximo Tontosio el Grande, seguro que la casa se sentiría muy honrada por invitarlos a cenar. El ventero los miró de muy malos modos. Lopito se levantó y dijo que pagaría su secretario Rasca Panza en cuanto saliera del baño. Él tenía las tarjetas del partido.
En cuanto se alejó el mesonero Lopito echó a correr, se subió al coche del Lazarillo y le pidió que saliera a escape: era él quien tenía las tarjetas. Rasca Panza no llevaba ni un céntimo.
Por el retrovisor vieron que el escudero intentaba huir y montarse con ellos, pero lo alcanzaron y comenzaron a mantearlo y llenarlo de bastonazos por todo el cuerpo. Hubo de permanecer allí dos semanas fregando y desatrancando letrinas para pagar el convite de don Lopejote.