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Programación Municipal de Cuaresma

El colmo del clericalismo es la penúltima excentricidad del Ayuntamiento de Murcia, que lleva meses totalmente volcado en los festejos: me refiero a la llamada Programación Municipal de Cuaresma, una iniciativa absolutamente inclasificable y que dudo mucho que tenga parangón en otros municipios de nuestro país, al menos en las grandes ciudades como se supone que es Murcia

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Defender el laicismo y argumentar en favor de la separación entre la Iglesia Católica y las instituciones públicas que representan a toda la sociedad, en su inmensa variedad y pluralidad, es una labor ingrata que desgasta bastante, porque te sitúa en una falsa posición de radicalidad; porque te hace parecer un ‘rojo quemaiglesias’, agresivo e intolerante, en lugar de una persona con profundas convicciones democráticas.

Sin duda, ante la fina piel y la tendencia al victimismo de quienes abogan por lo contrario, el peso de la razón argumentada para defender dicha separación se convierte muchas veces en un hacha ensangrentada, y tú en un salvaje sin escrúpulos. En un hereje, vaya. Y, particularmente, no es que me moleste que alguien piense que soy un hereje: aquí lo importante no es “el yo” ni el darse lustre ni repartir zascas; mucho gurú de izquierdas, por ejemplo, se confunde con esto. Aquí lo importante es convencer, no vencer. No humillar ni despreciar, sino razonar y hacer ver que lo lógico, que el bien común, pasa por separar a la Iglesia del Estado y viceversa.

En este contexto de desgaste y de incomprensión en la defensa del laicismo, el hecho de que quien abogue por esa separación tenga convicciones cristianas o se tenga a sí mismo por cristiano, es algo que ni se concibe. Ni se les pasa por la cabeza. Y eso que haberlos, los hay. Si alguien que defiende el laicismo decide bautizar a un hijo, casarse por la Iglesia, celebrar la Navidad o disfrutar de las procesiones de Semana Santa, habrá quien llegue a señalarlo como un hipócrita o un incongruente. Qué cosas.

Según pienso, la separación Iglesia-poderes públicos debería ser una prioridad para la gente cristiana, porque no sólo redundaría en beneficio de toda la sociedad, sino que además les beneficiaría precisamente a ellos, que tienen derecho a disfrutar de sus eventos y a celebrar su fe sin la manipulación y la apropiación descarada de la cual son víctimas por parte de la clase política dirigente. Pero, nada, que no les entra en la cabeza.

A mi juicio, resulta inevitable entender esos públicos golpes de pecho, esas fotos de políticos en actos religiosos, y esa presencia constante de la Iglesia y de sus eventos en todos los canales de comunicación oficiales del Ayuntamiento de Murcia, por centrar el tiro, como una apropiación descarada e irreverente más que como una muestra de fe y devoción sincera. A ese nivel, al de las festividades, las procesiones y las misas, la fe y la devoción se deberían demostrar con la presencia del político de tuno a título personal, jamás en representación del ayuntamiento. De ese modo resultaría más sincera.

He tratado de explicar en múltiples ocasiones, en público y en privado, que un alcalde y sus concejales, sean del partido que sean, no deberían de estar jamás en esos actos representando a la institución, por mucho que se lleve el asunto (sólo lo hacen cuando les conviene) por el lado de las tradiciones y del acervo cultural de esta tierra, con independencia de la fe.

Por eso, a los gobernantes del municipio de Murcia, que son los que tengo más cerca, les pido que al menos sean sinceros: que digan abiertamente que si están ahí, si se ponen en primera fila, si asisten a misas y presentaciones de cosas cofrades del santísimo lo que sea, si van con el bastón de no sé qué estandarte o se ponen peineta, no lo hacen por fe (algo que apela directamente a la persona) ni por representar protocolariamente a la institución municipal (el Ayuntamiento es aconfesional y no tiene que estar en todo; lo que tiene que hacer es gestionar lo de todos), sino por un simple, puro y duro interés electoralista.

La Constitución Española de 1978, en su artículo 16, dice que “ninguna confesión tendrá carácter estatal”. De modo que los representantes políticos que hacen de las cosas de la Iglesia su bandera, y que utilizan los canales oficiales de comunicación de instituciones públicas para difundirlas, lo que están haciendo es apropiarse de la religión como se apropian de la cultura popular en general, y de las propias instituciones y de los símbolos comunes, mimetizándose con ellos, mezclándolos y agitándolos como un cóctel. Confundiendo a la gente, aprovechándose de ella.

El colmo del clericalismo es la penúltima excentricidad del Ayuntamiento de Murcia, que lleva meses totalmente volcado en los festejos: me refiero a la llamada Programación Municipal de Cuaresma, una iniciativa absolutamente inclasificable y que dudo mucho que tenga parangón en otros municipios de nuestro país, al menos en las grandes ciudades como se supone que es Murcia.

Acabo con las palabras de uno de los faros intelectuales de la historia de nuestro país, las del escritor, periodista y político Benito Pérez Galdós, quien en un discurso de 1908 dijo lo siguiente:

“Debemos comprometernos a no ceder hasta que sea un hecho la liberación de las conciencias, hasta que el odioso fariseísmo renuncie a fiscalizar nuestro pensamiento (…). No desmayaremos mientras no sea extirpado el miedo religioso, funestísima plaga creada y difundida por la teocracia como instrumento de dominación, moviendo los intereses frente a las conciencias y sujetando por tal a innumerables personas que si vivieran en franca libertad renegarían de las formas y prácticas de la beatería (…)”.

“No es posible, y mil veces lo diremos, que una nación fuerte y animosa, de claro sentido y agudeza, caiga y viva por su gusto en el pantano de la imbecilidad. Pasad el pantano, y veréis resurgir la verdadera patria del seno turbio de la falsa devoción y de la mojigatería interesada y mentirosa (…)”.

Nuestros anhelos son eliminar para siempre la acción teocrática de la esfera política, extinguir el miedo religioso y alejar del suelo patrio a los poderes exóticos y nada espirituales que vienen a dirigir nuestra política, a embobar nuestras almas, para encarnarse en nuestros cuerpos y hacerse dueños de toda la vida española, y a trincar con dura garra la Enseñanza pública, para moldear a su imagen las generaciones venideras”.

Sólo puedo rematar a Galdós con un sonoro AMÉN.

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