RRNews

Noticias

Opinión

Del mal suceso que el cagao de Don Lopejote de la Cagancha tuvo en la espantable aventura de los molinos de viento

Creía el pijodalgo tener todo bien atado. Los suyos se habían empeñado en estabular a la prensa circundante con inversiones en publicidad, convirtiendo a los periodistas en plumillas afectos. A cuantos hubieran podido sacar a la luz sus vergüenzas, les habían puesto el bozal con promesas de canonjías o reparto de migajas en forma de prebendas

Comparte este post:

Facebook
Twitter
LinkedIn
WhatsApp
Email

Andaba don Lopejote muy amoscado: una horda de caciques del agro, a los que había azuzado otrora para incordiar al gobierno rojocomunistaseparatista de su archienemigo, el infame Perro Sánxez, una jauría de los que consideraba amigos había zarandeado el carruaje en el que salía de un cónclave.

Los cabestros habían estado a un ápice de cruzarle la cara. Siendo como era muy poco bragado, fuése de vareta y manchóse los calzones. Lo cual causóle gran sonrojo: no había podido controlar el canguelo delante de la corte de lameladillas que lo veía semejante a un dios.

Lo que más lo amoscó fue ver a su segundo, monaguillo en un siniestro beaterio, compadreando con los alborotadores. Los rústicos veían en éste a su verdadero regidor. ¡Osaban comerle la tostada! Pretendían puentearlo.

Hasta ahora el lema del popular contubernio de los de don Lopejote era “con quien ultras se acuesta, ultra se levanta” y los habían invitado a sus pesebres. Demasiado tarde se dieron cuenta de que los talibanes les estaban comiendo terreno y, habiendo querido ir de listillos, eran ellos los zotes.


Creía el pijodalgo tener todo bien atado. Los suyos se habían empeñado en estabular a la prensa circundante con inversiones en publicidad, convirtiendo a los periodistas en plumillas afectos. A cuantos hubieran podido sacar a la luz sus vergüenzas, les habían puesto el bozal con promesas de canonjías o reparto de migajas en forma de prebendas.

Ante la nueva amenaza, don Lopejote, en vez de echar a patadas a la pía camarilla de carroñeros, fizo lo único para lo que valía: echar balones fuera a fin de enmascarar su incompetencia y culpar a Perro Sánxez y a sus nuevos amigos, los renegados catalanes.

Ocurríosele lanzarse a los caminos apaleando todo aquello que atufase a amnistía o a rojo. Antes precisaba hacerse con un escudero. Solicitó así a un gañán de un pueblo vecino al suyo, hombre aún más haragán que él (si es que esto fuera posible), de muy poca sal en la mollera. Tanto le dijo, tanto le persuadió y prometió, que el villano se determinó de salirse con él y servirle de escudero.

Decíale, que se dispusiese a ir con él de buena gana, porque tal vez le podía suceder aventura, que ganase, en quítame allá esas pajas, alguna ínsula, y le dejase a él por gobernador della. Con estas promesas y otras tales, Antonancho Rasca Panza, que así se llamaba el vago, dejó sus nulos quehaceres y asentó por escudero de su vecino. Era aquél de remotas raigambres navarras y había medrado en la Cagancha no por su valía, sino por sus habilidades para dorar la píldora a los mandamases.


Acordaron adquirir monturas para desplazarse. Tras haber reventado dos burros y una yegua y haberse dado a la fuga un percherón al ver la mole del pijodalgo, decidieron alquilar una fenwick. En la zona de carga aviaron un sillón para el pijodalgo mientras que Antonancho púsose al volante. Una noche se salieron del lugar sin que persona los viese; en la cual caminaron tanto, que al amanecer se tuvieron por seguros de que no los hallarían.

Iba Rasca Panza sobre su jumento como un patriarca con mucho deseo de verse ya gobernador de la ínsula que su amo le había prometido. Requeríale sin cesar don Lopejote que le pasase la bota y que la rellenase de continuo del tonel de 10 arrobas que habían aparejado en la parte trasera. Tantos tientos le dio a la bota que el pijodalgo iba dejando de ser don Lopejote para volverse Lopito Tabernas.

Achispado por los efluvios del morapio, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como don Lopejote los vio, dijo a su escudero:

-La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Ancho Rasca Panza, donde se descubren treinta desaforados gigantes catalanes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas; que ésta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de España.

-¿Qué catalanes? -dijo Rasca Panza.

-Aquéllos que allí ves -respondió su amo- de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.

-Mire vuestra merced -respondió Antonancho- que aquéllos que allí se parecen no son catalanes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.

-Bien parece -respondió don Lopejote– que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son catalanes; y si tienes miedo, quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla. Aquel tan fiero es el depravado Puigdemontín, tan valiente como yo, que, cuando el referéndum, se dio el piro escondido en el maletero, con los zaragüelles cagaos al igual que yo el otro día. ¿No los oyes bramar “Amnistía. Perro Sánxez a los altares”? Vamos, dirige hacia ellos la fenwick, que no voy a dejar catalán con barretina.

El escudero, que los tenía por corbata viendo el desvarío de su amo, bajóse del volante. Don Lopejote se puso a los mandos.

-Bien se ve que no eres caballero, bribón. Quédate aquí que yo limpiaré España de separatistas. Si algo me aconteciere en esta sin par aventura, que ha de cantar toda la prensa amiga en portada, no olvides llevar mi homenaje a la sin par Ayusea del Morro Soso.

– ¿Cuál Ayusea? ¿La Mataviejos?

-Calla, infame: quien dio la orden de dejarlos morir fue el Coletas, el nefando brazo izquierdo de Sánxez. Ayusea, dado que se iban a morir igual, les evitó la molestia de hacerlo en un hospital.


Y diciendo esto, dio de espuelas a su fenwick. Levantóse en esto un poco de viento, y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por don Lopejote, y encomendándose de todo corazón a su señora Ayusea, arremetió a todo el galope de la fenwick y embistió con el primero molino que estaba delante.

Dióse tal trompazo que reventó la carretilla y quedó seriamente descalabrado. Acudió Antonancho Rasca Panza a socorrerle, a poco correr, y cuando llegó halló que no se podía menear.

-¡Válgame Dios! -dijo Ancho-. No se me muera vuesa merced, que se me acaba el cuento y son capaces de ponerme a trabajar de verdad. Hasta me veré obligado a terminar una carrera, en vez de estar ganando una buena bolsa de maravedíes por hacer lo que he hecho hasta ahora: rascarme la panza.

Si quieres estar al día de nuestras publicaciones, puedes suscribirte a nuestros canales

RRNews es un portal de «Información que importa. Más allá de la versión oficial».

Síguenos