En mi infancia solía pasar muchas tardes entre los barrios de San Pedro, San Antón y San Antolín. Mis abuelos eran comerciantes y las compras las íbamos haciendo por estos barrios. Cada Navidad, estaba deseando que llegasen las vacaciones para visitar los almacenes Coy y hacerme con nuevas piezas para el Belén, pues contaban con estanterías llenas de figuritas variadas.
Se vendían en pequeñas bolsas de plástico y había desde puentes para montar el tradicional río de papel de aluminio, animales de todo tipo como una jabalí con sus rayones o incluso un pozo. Hacerte un Belén al detalle estaba al alcance de cualquiera, era mitad finales de los ochenta.
Para niños y niñas, la Navidad comenzaba con una visita a “Cortylandia”, esa ciudad mágica de elfos y con música pegadiza que se desplegaba junto a El Corte Inglés, en el desaparecido jardín de San Esteban. Pero ante todo, la llegada de la Navidad era para visitar los distintos belenes de la ciudad, como el de la Peña La Pava. Si tenías suerte, incluso podrían acercarte al Belén móvil de Casillas, hoy en “stand by” más de una década, u otros de pedanía, aunque por entonces no se había iniciado la tradición del Belén viviente de El Raal.
A mi niño de entonces, le encantaba aguardar la singularidad de esas tres noches mágicas (Nochebuena, Nochevieja y Reyes) por lo que significaba a nivel familiar de jaleo, cachondeo, aguinaldo, uvas a lo loco con un sorbito de sidra y la espera de los Reyes Magos.
Desde aquellos años 80 hasta hoy día, he vivido Navidades también fuera de casa: de becario en Bélgica, trabajando en hospitales de París, de escapada por Madrid o de viaje de placer en destinos como Londres, Ámsterdam o San Petersburgo. Sus tradiciones eran más bien de mercadillos y árboles pero en ninguno tenían al Belén como protagonista, como yo había vivido en mi infancia en nuestra tierra.
La importancia de respetar las tradiciones es que nos hace únicos y diferentes; originales para que el que nos visita desde fuera y orgullosos de lo que recibimos como legado de nuestros ancestros. No creo que en la Región de Murcia tengamos que emular a las películas estadounidenses con nieve y Santa Claus ni la sobrecargada decoración urbana para tener unas fiestas navideñas de ternura, alborozo y fraternidad. Tenemos gastronomía, folklore, aguilandos, artesanía, belenes…
En esta quincena vacacional, he alternado días por Murcia con otros por Cartagena y me ha sorprendido para mal, muy muy mal, que se utilicen dos grandes rotondas como lugares de estancia y de concentración de actividades infantiles: la plaza de España de Cartagena y la Redonda de Murcia.
Según la RAE, una rotonda es una “Plaza, por lo común de forma circular, donde desembocan varias calles, alamedas o vías de circulación”, por lo tanto son viales de tráfico permanente sometidos al tránsito permanente de vehículos y a la proximidad de la contaminación de sus tubos de escape… ¿a quién se le ha ocurrido tener a niños y niñas rodeados de humos recortando, coloreando y pegando o bailando con música en actividades que pueden ocupar hasta diez o quince horas al día dentro de una rotonda con tráfico? Para más inri, con los picos de contaminación que estamos teniendo por toda la Región, que no son sólo achacables al Plan de Movilidad pues se llevan repitiendo varios meses y años hasta encumbrar a la ciudad de Murcia en el “top 3” de contaminación en España.
Aunque las grandes rotondas sean punto de celebración de éxitos futbolísticos y deportivos, algo puntual y esporádico, no cumplen las condiciones óptimas, subrayo “No óptimas”, para albergar grandes eventos y menos aún para ser epicentro de actividades para la infancia y la niñez.
No soy muy fan de esa mega instalación formada por una torre y guirnaldas de luces que llaman “Gran Árbol” pues creo que había otras opciones más auténticas y propias para convertir en símbolo de la ciudad de Murcia, como un Belén “gigante”; pero si este “pseudoárbol” no me convence no es porque sea el Grinch o un “amargado”, sino porque lo veo desproporcionado y muy poco acorde con lo que representa este periodo en el municipio. Pretende ser tan magnífico, grande y único que me resulta en una imagen patética entre un tendedero de bolas rojas y una ilustración matemática de un cono simulando un árbol hueco, desparramado y sin el menor contenido de interés.
Dicho esto, valoro el esfuerzo y reconozco que con muchas luces y con fuegos artificiales queda resultón; no tanto a la luz del día…Pero volviendo a “La Redonda”, en mi opinión, usar rotondas para instalar epicentros de fiestas demuestra que como ciudades hemos fracasado enormemente en la Región de Murcia, ¿dónde están los grandes Parques Metropolitanos prometido hace más de veinte años y que ni llegan ni se les espera? Suponemos que estarán ya para el año 2050 ¿Y no sería más oportuno poder descentralizar eventos por distintos jardines, plazas y entornos de diferentes barrios de la ciudad permitiendo que el comercio se revitalizara en zonas como El Carmen, La Flota o El Infante? Eso sí abriría las oportunidades de vivir y conocer mejor la ciudad, sea Murcia, Cartagena o Lorca: ampliar el horizonte más allá del propio casco antiguo urbano.
Las luces y los colores suelen despertar emociones de alegría y agradar a las personas, pero aquí queda artificioso porque la situación denota una dejadez que viene de muchos años: ni siquiera hay una instalación ferial como hay en Albacete, Almería o Málaga para albergar grandes eventos multitudinarios sin necesidad de estar rodeados de coches circulando, humos y riesgos para pequeños.
Tampoco hay un gran parque donde llevar las fiestas y montar los principales actos festivos ¿y cómo se asume que transcurrido casi un cuarto del siglo XXI en la Región de Murcia tengamos carencias tan graves a nivel de urbanismo como éstas en una ciudad donde tanto nos gusta celebrarlo todo? No es que lo tengan las grandes ciudades europeas, es que lo tienen ciudades secundarias de provincias limítrofes.
Amo la Navidad y disfruto de mi Región, pero no estoy dispuesto a celebrarla rodeado de coches en rotondas. Espero que para el año que viene se tomen medidas y se planifiquen mejor los eventos en lugares amplios, bien conectados y seguros para la infancia y para los pulmones ¡Todos celebraremos si hay cambios a positivo!
Por suerte para la clase política, esto no parece importar demasiado a la población. Ellos sitúan sus postes de colores en las rotondas donde más se vean sin importar las consecuencias. Con luces, plazas llenas, marinera y caña en mano, mientras haya festejos, nadie se va a replantear nada o como se podría mejorar como ciudad, como sociedad y como un verdadero referente turístico.
Mientras todo sea luces, cámaras para inmortalizar actos políticos e inacción en pro de la modernidad de la ciudad, seguiremos montados en el cortoplacismo, producto endémico del sureste español. Por nadie pase.