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Murcia en la lona

La patrimonialización de los símbolos (que son de todas y todos) y del poder (que reside en el pueblo) que lleva a cabo sistemáticamente la oligarquía regional, recurriendo al populismo como pieza capital de la estrategia de propaganda con la que quieren ganarse el favor de la gente de a pie, nunca tuvo en Murcia un ejemplo tan descarado.

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La palabra ‘lona’ tiene su origen en Olonne, población francesa en la que empezó a fabricarse un tipo de tela muy resistente, de cáñamo o algodón, empleada como vela de embarcaciones, tiendas de campaña o cubrición de grandes espacios. Luego comenzó a usarse también para revestir el suelo en deportes de contacto como el boxeo, la lucha libre o la grecorromana. ¿Y por qué? Quizá porque resultaba una superficie más fácil de limpiar de sangre y sudor, y al mismo tiempo, porque por su carácter poroso y rugoso evitaba los resbalones. El pueblo, de natural ingenioso a la hora de crear imágenes y metáforas, utiliza la expresión ‘estar en la lona’ como sinónimo de derrota.

Por otra parte, la palabra ‘propaganda’ es bastante joven, del siglo XVII, y, cómo no, su origen está ligado a la Iglesia católica: viene del latín moderno y apareció en el nombre de la congregación de la curia romana encargada de las misiones que fundó el papa Gregorio XV en 1622. En las acepciones que le otorga el diccionario de la Real Academia, se nos dice que la propaganda es la acción y el efecto de dar a conocer algo con el fin de atraer adeptos o compradores, que identifica a la asociación cuyo fin es propagar doctrinas u opiniones y que, en la Iglesia católica, se refiere al organismo de la curia romana encargado de la propagación de la fe.

Hace unos días se inauguró con solemnidad, es decir, con una aplastante mayoría de hombres trajeados, una gran (por el tamaño) lona netamente propagandística, recubierta de una falsa apariencia de divertimento inocente y de anecdótica decoración, sobre el gran (en fondo y forma) Imafronte barroco de la Catedral de Murcia (o “de la Diócesis de Cartagena”, como dice el autor de la obra). En la presentación de la lona, el primado de la diócesis de Cartagena (primado: “primer lugar, grado, superioridad o ventaja que algo tiene respecto de otras cosas de su especie”), José Manuel Lorca Planes, declaró lo siguiente: “Queríamos mejorar la oferta de la fachada y tuvimos claro que Puebla era el artista”.

Me veo incapaz de discutir su elección, aunque sí me tomaría la libertad de preguntar cuánto ha costado, cuánto han pagado las empresas cuyos rótulos aparecen ahí, mezclados con vírgenes, santos y padres de la iglesia, y a qué se destinan las cantidades aportadas por dichas empresas. Y más: querría saber si entre las empresas y colectivos homenajeados, los hay que no han pagado nada de nada, al menos monetaria y oficialmente. Por saber a qué atenernos, vaya.

El barroco como movimiento artístico nació en el siglo XVII, igual que la palabra propaganda, y está muy vinculado a ella. El arte patrocinado por las élites siempre había ejercido como herramienta de persuasión y propaganda, aun cuando dicha palabra no existiera, pero fue en el contexto de la Contrarreforma cuando la Iglesia por un lado, y por otro las monarquías absolutistas del momento, que justificaban su existencia en el poder de dios, echaron el resto echando mano del barroco. La opulencia, la teatralidad… Toda la tramoya posible al servicio de una idea.

Aunque mi opinión como historiador del arte no valga más que la de cualquier otra persona, debo decir que el barroco me encanta. Desde mi posición de nacido en el siglo XX, y llevándolo a otro nivel de lectura, no lo juzgo como el instrumento político e ideológico de los del trono y el altar con el objetivo de vendernos la moto a la gente del pueblo. No lo juzgo como herramienta para convencernos de que estaba bien que nos mangoneasen y que conservasen sus privilegios; como medio para convencernos de que teníamos que ponernos a su servicio en la sana intención de seguir tomándonos el pelo.

No soy tan caparra como para juzgar de ese modo, desde el tiempo presente, el barroco original, el genuino, el auténtico barroco de alta calidad que nos asalta en el Imafronte de la Catedral de Murcia o cualquier esquina de Roma, por ejemplo, y nos lleva al éxtasis. Ahora bien: si se me intenta colar en el siglo XXI un neobarroco de baja estofa de esta manera tan cutre, amics, el escenario cambia radicalmente. Porque de eso se trata: sobre los símbolos de poder del siglo XVIII en Murcia, nos han colocado los actuales, mezclados y agitados como en un cóctel de alta gradación que te lleva al coma etílico con sólo pasarle la nariz por encima.

La patrimonialización de los símbolos (que son de todas y todos) y del poder (que reside en el pueblo) que lleva a cabo sistemáticamente la oligarquía regional, recurriendo al populismo como pieza capital de la estrategia de propaganda con la que quieren ganarse el favor de la gente de a pie, nunca tuvo en Murcia un ejemplo tan descarado. Incluso tan blasfemo, por situarme cerca de la sensibilidad de quien libre y respetablemente sea creyente y fiel, y a quien, en buena lógica, le rascará ver los nombres de firmas comerciales y hasta un cortador de jamón barato (o caro, es igual) en la fachada de su Catedral. Del avioncico de juguete y del señor que busca agua por el suelo, ni hablamos.

Y, sí, puede parecer que Murcia está en la lona, pero todavía quedamos personas que no hemos arrojado la toalla.

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