A Francisco de Asís se le atribuye la idea de llevar a cabo una representación del nacimiento de Jesús, para acercar este acontecimiento al pueblo de Greccio en el Lacio del siglo XIII. La iniciativa del santo mutó con el tiempo, fue llevada a la forma de figuritas y se desarrolló hasta convertirse en una tradición que, en el caso de la familia de Carlos III, en el siglo XVIII, causó furor.
El que fuera rey de Nápoles compró un belén y se lo trajo a España. ¿Y qué hicieron los nobles? Pues como son copiones reales por naturaleza, aspiraron en seguida a tener también ricos y vistosos belenes que instalar en sus palacios y casoplones solariegos. Además, decidieron abrir sus puertas en Navidad para que el pueblo acudiera a admirarlos y a flipar en colores, no sólo con los fastuosos belenes sino también con los casoplones en sí.
Relatado así, de manera simplificada, vemos que el belén nace del pueblo por mediación de un santo popular, y que las élites se lo apropiaron (¡sorpresa!). Pero, aunque en un momento dado dichas élites pudieran influir con sus gustos personales en la estética de los belenes, en lo que a la producción se refiere, por sus características y su esencia, digamos que la belenística ha sido y sigue siendo una artesanía plenamente popular. No ha habido una academia que metiese el hocico, y ni siquiera la Iglesia ha sido capaz de decir cómo se debía hacer, ya que, quitando a los personajes principales y dando por supuestos los hechos imprescindibles de la historia sagrada, lo demás ha salido de diversas interpretaciones y se ha adaptado de diferente manera en cada lugar.
Quiero destacar ese carácter popular del belén: el hecho de que, en cada lugar del mundo, cada cultura haya llevado dicha manifestación a su terreno. Materiales, colores, tamaños, formas… Cada belén, en cada país y en cada región, nos habla de una sensibilidad distinta. También pasa en Murcia desde aquel belén que hizo Francisco Salzillo y Alcaraz, el murciano universal hijo de un inmigrante italiano y de una murciana. Huelga decir que más de un mamarracho actual habría querido devolver a Nicolás Salzillo a su tierra, pero la Murcia del XVII lo acogió.
Con la elaboración de estas más de quinientas pequeñas piezas de barro, entre 1776 y 1783, Francisco Salzillo y Alcaraz llevó a cabo una obra enorme en lo estético y en lo espiritual. Estaba ya mayor pero conservaba intacto y mejorado su genio creador. De su belén se han dicho muchas cosas, pero yo me quedo con la palabra ternura. Con mimo y sencillez, Salzillo infundió a cada pieza vida y dulzura, una dulzura no afectada sino sincera, y lo hizo tanto en la humilde figurita de un animalico cualquiera como en la del propio niño Jesús. El belén de Salzillo fue un encargo de la familia Riquelme, pero pienso que, en el fondo y sobre todo, Salzillo lo hizo para él mismo y para el pueblo de Murcia, que acudiría a verlo y a reconocerse en sus figuras cada Navidad.
Me encanta esta tradición por Salzillo, por su esencia popular y por lo que significa, por encima de su carácter religioso: seas creyente o no, católico o musulmán o budista, el belén habla del nacimiento de una persona que aspiraba a cambiar el mundo, que se puso del lado del pueblo, que defendió al pobre y al marginado, que luchó contra las injusticias. De nuevo, más de un mamarracho actual no aceptaría a Jesús ni su mensaje.
El belén de Salzillo se expone durante todo el año en el museo que lleva su nombre. Dicho museo se encuentra en el barrio de San Andrés de Murcia y mucha gente pasa de largo por su puerta, y muchos turistas que vienen a verlo, se pierden para llegar desde el centro hasta allí. El belén de Salzillo es una obra delicada y única que requiere de unos cuidados especiales. Y en este diciembre de 2023, el belén de Salzillo ha sido sacado de su emplazamiento, movido un kilómetro e instalado temporalmente en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Murcia, para lo cual incluso ha sido necesario construir una vitrina especial. Esto supone, en primer lugar, un riesgo para unas piezas muy delicadas, que tienen 240 años de antigüedad. Que son irreemplazables. Además, supone un coste económico que tenemos derecho a conocer: deberíamos saber cuánto ha costado, incluyendo los seguros y la fabricación de la vitrina.
Lo peor de todo es que esta absurda, arriesgada y totalmente prescindible iniciativa, intuyo, se ha hecho a mayor gloria de nuestros gobernantes. Responde a una excentricidad improvisada que cuadra bastante con una forma de gestionar y que, en mi opinión, es inmadura, caprichosa y autocomplaciente. Me pregunto si es que no hay personal técnico y experto capaz de decir NO; de elaborar informes razonados que desaconsejen este despropósito.
Y, para acabar, me aventuro a decir que el mismísimo Francisco Salzillo y Alcaraz estaría de acuerdo conmigo: lo que necesitan estas figuras es cuidado y conservación en las mejores condiciones, adecuación de rutas que conecten su museo con el centro, relación del museo con su entorno inmediato, con su barrio, y difusión de sus valores estéticos y morales. Lo demás es humo, el que se eleva de unos cañones que disparan con pólvora de rey y que pagamos entre todas y todos.