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Las escrituras del agua

En ausencia de un hábito reflexivo para fundamentar la acción política, la irresponsabilidad, la dejación de funciones o directamente el negacionismo toman las riendas. Una catástrofe como la que han vivido nuestros vecinos de la comunidad valenciana y de Letur ha venido a visibilizar la fractura de nihilismo descarnado que se abre bajo nuestros pies

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Es jueves, día de mercado en Murcia. En un puesto de fruta y verdura, escucho con indisimulada atención la conversación de una mujer mayor con los jóvenes vendedores: “luego dirán que no existe el cambio climático”, “en la huerta se suele decir que el agua cuando viene siempre va con las escrituras en la mano”.

Como me intereso de inmediato por esa expresión, la señora me explica: “ese dicho lo que quiere decir es que el agua siempre termina encontrando y circulando por su cauce, por muy urbanizado u ocupado que esté”. No se puede decir con más precisión lo que ha sucedido en Valencia y Letur con la reciente DANA.

En la geografía costera mediterránea son habituales los espacios pantanosos o fangosos, marjales y albuferas, alimentados por ramblas o barrancos, a veces por ríos. “Zonas inundables” los denominó la nomenclatura especializada en la gestión de riesgos.

El escritor valenciano Blasco Ibáñez ambientó su conocida novela “Cañas y Barro” (1902) en uno de esos marjales, la Albufera. El mundo interior de los campesinos cultivadores de arroz, con sus vidas llenas de penuria, lo hizo corresponder con esa naturaleza exterior pantanosa de cañas y barro. Al otro lado del marjal, residían los señoritos y oligarcas terratenientes.

Más recientemente, otro escritor valenciano, Rafael Chirbes, retomará la metáfora del espacio pantanoso para darle también consistencia histórica. La riqueza se acumula en las ciudades y en la primera línea de playa. Pero, como “ninguna riqueza es inocente” (Chirbes), a su vez se genera sucio material de desecho, el cual acaba arramblado en el pantano o marjal. Así, en el marjal, Chirbes encuentra “los diversos estratos de la historia, desde la basura milenaria a los cadáveres de la guerra y la inmediata postguerra, las telas asfálticas del desarrollismo, los escombros del boom de la construcción, las armas de las mafias de la última hornada…” (Chirbes).

En “Crematorio”, su gran fresco literario, publicado en 2007, Chirbes retrata la época del último boom inmobiliario. Es cuando se forjan las nuevas oligarquías a base de convenios urbanísticos, reclasificaciones de suelo masivas y gobiernos municipales corruptos. Es la época en la que tres de cada diez viviendas afectadas hoy por la DANA en Valencia se construyeron a sabiendas en zonas inundables. Es la época en la que el exconsejero de Fomento de la Región de Murcia, José Ramón Díez de Revenga, pide al Gobierno “retirar los mapas de zonas inundables porque paralizan las licencias para seguir construyendo”.

En su novela posterior, “En la Orilla”, publicada en 2013, Rafael Chirbes toma el pulso a la crisis económico-financiera de aquellos años. Estallido de la burbuja inmobiliaria. Sueños rotos, ilusiones perdidas, desempleo, cierres de negocios, desahucios. Material de derribo y desechos humanos que acaban en el pantano y la rambla, componiendo un nuevo estrato histórico.

Rafael Chirbes no vivió suficiente para ver la catástrofe que hoy está viviendo su amada tierra valenciana. Pero representó literariamente el mecanismo político-social por el cual se enriquecieron unos cuantos –los señoritos del boom urbanístico- a costa de llenar las “áreas inundables” de viviendas a bajo precio. Cuando llega el agua “con las escrituras en la mano”, de nuevo cañas y barro, sufrimiento para los de siempre, ruina, cadáveres en las ramblas y pantanos. Ninguna riqueza es inocente.

La Catedrática de Historia Económica de la Universidad de Murcia, María Teresa Pérez Picazo, que dejó una extensa obra de investigación historiográfica sobre el mundo campesino, se preguntaba en alguno de sus libros sobre las razones de que en la Región de Murcia no se hubiera generado, en las primeras décadas del siglo XX, un Blasco Ibáñez que diera cuenta de las condiciones de vida de los huertanos y sus ataduras con la oligarquía urbana. Ciertamente, si exceptuamos algún poema de Vicente Medina, no hay un escritor equiparable a Blasco Ibáñez. Según ella, esto se debía a que los escritores existentes estaban más predispuestos a “difundir la ideología justificativa de las élites y cooperar a su concepto de los valores culturales”.

Hoy, sin embargo, nos encaminamos a un escenario bien diferente al que describía María Teresa Pérez Picazo. Afortunadamente, cada vez más creadores de diverso tipo y escritores de la Región de Murcia huyen del negacionismo imperante en las consejerías y ayuntamientos y conceden una enorme centralidad a la crisis ecológica y climática.

Escritores como Diego Sánchez Aguilar, Luis López Carrasco, Begoña Méndez o José Daniel Espejo han hecho del colapso del Mar Menor o de la aridez (el “desierto”), una señal de identidad de sus creaciones para exponer la enorme vulnerabilidad en la que todos nos encontramos ante la creciente adversidad climática (veranos cada vez más largos y calurosos, fenómenos meteorológicos catastróficos, pérdida de cubierta vegetal por desecación y plagas, etc.). Representan una auténtica alarma pública.

Es verdad que el fenómeno de la DANA y de las inundaciones ha sido una realidad frecuente y periódica en las regiones mediterráneas. Pero lo que nos advierten numerosos expertos es que cada vez estos fenómenos elevan su potencial catastrófico como efecto del cambio climático. ¿Sabrán leer nuestros dirigentes políticos?

En ausencia de un hábito reflexivo para fundamentar la acción política, la irresponsabilidad, la dejación de funciones o directamente el negacionismo toman las riendas. Una catástrofe como la que han vivido nuestros vecinos de la comunidad valenciana y de Letur ha venido a visibilizar la fractura de nihilismo descarnado que se abre bajo nuestros pies.

No solamente no piensan en el largo plazo, ni en un pensamiento estratégico que conduzca a una planificación de las medidas a tomar para afrontar el cambio climático. En su lugar, lo que hemos visto en Valencia, es un repertorio de acción de la derecha política basado en:

Por un lado, la estrategia del 11M (el atentado de los trenes de Atocha), convencidos de que, con el control de un buen ramillete de mass-media y un ejército de creadores de bulos en redes, es suficiente para manipular la realidad y crear otra paralela más productiva para sus fines políticos.

Y, por otro lado, la imitación de la estrategia del ayusismo en la Comunidad de Madrid, durante la pandemia de la Covid-19, esto es, la tentativa de utilizar procedimientos deslegitimadores de la intervención pública, descalificándola como intromisión en las libertades ciudadanas.

También hemos visto con preocupación en Valencia que existe una disposición arraigada hacia el uso de la violencia, la cual está aflorando desde abajo, bajo banderas ultraderechistas, de forma muy parecida a los fascismos originales.

A los politólogos les gusta el diagnóstico de lo que denominan el problema de la polarización política. A mí me da que el problema reside más bien en la ausencia de actitudes virtuosas en nuestra vida política. “Por ese sendero por donde se fueron, para no volver nunca, tantas cosas buenas” (“por esa sendica por ande se jueron, pa no golver nunca, tantas cosas güenas…”), escribía Vicente Medina en uno de sus poemas más conocidos, “Cansera”.

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