En un relieve del capitalino Palacio del Almudí observamos una talla de una matrona amamantando a un niño, mientras otros dos esperan su turno. Dicen que representa a Murcia, tierra pródiga, que alimenta tanto a sus hijos como a los ajenos.
La Parranda, inmortal zarzuela con letra de Fernández Ardavín y música del granadino Francisco Alonso, canta a Murcia con un verso que se hizo emblema de sus habitantes: ¡Murcia, qué hermosa eres!.
Una tierra donde sus ciudadanos han consentido la devastación de la Bahía de Portmán, el exterminio del Mar Menor, al que habría que comenzar a llamar Muerto, la asolación de los suelos radiactivos que rodean Cartagena, los estragos causados por la mafia de los agrocaciques en las comarcas del Noroeste con el nitrato a cascoporro. Nadie ha pagado por ello. Al contrario, los responsables por acción u omisión siguen gestionando las arcas públicas y protegiendo a los culpables.
Hace tiempo que huyeron de las costas murcianas y se compraron casas en las alicantinas, donde no se consienten estas tropelías ecocidas, dejando el degradado Mar Menor para los murcianos con menos recursos. Que siguen votándolos sin remisión. ¿Defienden, así, la presunta hermosura de su terruño? Donde más brillan la luna y las estrellas, según el pseudo tenorio guadalentiniano.
Una región que ha tolerado ser una sementera de corrupción, transfuguismo, caciquismo y meapilas. En la cual se permite que una cuadrilla, con actitudes cuasi mafiosas, haya convertido este terruño en un erial de pobreza e indigencia moral e intelectual. Donde a genares que no han aportado nada a la sociedad, aparte de un ejemplo de chuparrabadillas y trepas, se les premia, sólo por ser del partido, con un suculento sueldo público, que insulta al trabajador, quien con su sudor e impuestos mantiene a estos tiralevitas. En la que se ha labrado una sociedad aborregada, que asiente, sumisa, a sus dispendios, y una prensa apesebrada a fuerza de subvenciones con el erario público. En la que se expulsa al periodista crítico y honesto imponiendo la omertá.
Con una educación y una sanidad públicas exprimidas y arruinadas, para que los que gestionan las privadas o concertadas se forren tras haber convertido lo público en poco más que una institución caritativa. Donde los que no puedan llevar a sus parientes a los concertados y privados reciban migajas y no puedan soñar en progresar en la vida gracias a lo común.
Una comunidad en la que se consiente que trece de sus vecinos mueran abrasados con la presunta complicidad dolosa de unos gestores políticos y se les deje a éstos irse de rositas, pese a las lágrimas de cocodrilo y la hipócrita contricción del regidor con su “Caiga quien caiga”.
¿Seguiría callada la ciudadanía, con un silencio cómplice, si los muertos hubieran sido vecinos de Alfonso X o la Gran Vía, en vez de ciudadanos iberoamericanos residentes en el extrarradio o en localidades distantes? ¿Seguirían aplaudiendo y llevando bajo palio en las procesiones y demás cortejos a quienes no asumen sus responsabilidades y pretenden escurrir el bulto? ¿Se dejarían comprar porque les van a poner el árbol de navidad más mejor del universo y más allá? Árbol que van a pagar con los impuestos que en campaña les prometieron que no iban a subir.
Ay, Murcia, qué desgraciaíta, gitana, tú eres teniéndolo tó. Maldito parné que por su culpa culpita te vendiste a una panda de malages. Castigo de Dios, castigo de Dios. Es la crucecita que llevas a cuestas, Murcia, teniéndolo tó.
¡Qué hermosa… podrías haber llegado a ser, si tus hijos hubieran sido dignos de ti y te hubieran cuidado como la madre amantísima que siempre has sido!